¿Qué es la evolución?

Una de las pocas certezas que tenemos sobre la naturaleza es el hecho de que plantas y animales parecen inextricablemente y casi perfectamente diseñados para la vida que llevan. Los calamares y los lenguados cambian el color y el dibujo de su piel para mimetizarse con su entorno y hacerse invisibles a los ojos de depredadores y presas. Los murciélagos tienen una especie de radar para localizar insectos por la noche. Los colibríes, que pueden quedarse quietos en el aire y cambiar de posición en un instante, son mucho más ágiles que cualquier helicóptero diseñado por el hombre y tienen una larga lengua muy útil para chupar el néctar de las flores de corola tubular.

Dentro de la teoría de la evolución incluso las flores que visitan los colibríes parecen especialmente diseñadas para aprovecharse de los pájaros como rasgo de unión. De hecho, mientras el colibrí está ocupado bebiendo néctar, la flor adhiere algunos granos de polen a su pico y, de este modo, consigue fecundar la flor que más tarde visitará el colibrí. La naturaleza parece un engranaje bien engrasado en el que cada especie representa una rueda o un resorte de algún tipo.

¿Qué podemos deducir de todas estas observaciones? Sin duda, la existencia de un mecánico cualificado. La explicación más famosa de este razonamiento es la propuesta por William Paley, filósofo inglés del siglo XVIII. Si mientras caminamos vemos un reloj en el suelo, argumentaba Paley, sin duda debemos concluir que es obra de un relojero. Del mismo modo, la existencia de organismos bien adaptados y con caracteres complejos implica la existencia de un diseñador divino consciente: Dios. Leamos pues el argumento de Paley, uno de los más famosos de la historia de la filosofía:

Cuando nos encontramos inspeccionando el reloj comprobamos que sus diferentes partes han sido diseñadas y ensambladas con un fin, es decir, han sido fabricadas y encajadas para producir un movimiento, un movimiento diseñado para dar la hora; también podemos ver que, si las diferentes partes tuvieran una forma diferente de la que tienen, si tuvieran un tamaño diferente o si estuvieran colocadas en una posición diferente o en cualquier orden del que presentan, no habría movimiento en ese mecanismo o, en cualquier caso, ninguno que pudiera satisfacer la necesidad que ahora satisface.

Cualquier signo de una invención, cualquier manifestación de un diseño que se observe en el reloj, existe también en la obra de la naturaleza, con la diferencia, en el caso de la naturaleza, de ser tanto mayor y más extenso que supera cualquier imaginación.

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